martes, 16 de febrero de 2010

El invierno implacable dejó caer su garra gélida sobre urbes y campos.

Avellanosa es uno de esos lugares donde uno realmente se da cuenta de la enorme influencia de las condiciones climáticas en la vida de las personas.

Éstos días lo he sentido vivamente... Con temperaturas de muchos grados bajo cero y cubierto el pueblo por un manto de nieve, las actividades exteriores se reducen al mínimo.
Miro por la ventana y pienso:

"¡Qué dura la vida de aquellos que, a pesar de éste tiempo infernal, deben seguir madrugando cada día para ahogarse en ese tráfico de locos (viéndose a menudo obligados a contender con gente malhumorada) para llegar al fin a un puesto de trabajo que cualquier día les pueden arrebatar, pero que les permite pagar un montón de cosas imprescindibles, de las que desgraciadamente un servidor debe prescindir."

Es mucha mi resignación, amigos, sentado al lado de ésta cálida estufa, sorbiendo mi humilde chocolatito caliente, sin teléfono ni fax, ni nada que me estorbe en la lectura de las estrambóticas andanzas del héroe de "La conjura de los necios", el estupendo Ignatius J. Reilly...

Y el invierno, amigos, que dure lo que tenga que durar.

Los pobres hemos de tener conformidad, ¿no es así?

Aquí abajo, los retratos de cinco colmenas éstos mismos días.

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